Lo que la lluvia nos dejó

Por Gabriel Monteagudo

Con una cuadrilla de cuatro mujeres y unos pocos funcionarios es imposible hacer frente a una lluvia de doscientos milímetros que caen todos juntos en una tarde.

Mientras el alcalde y algunos de sus hombres limpiaban cunetas y con la barométrica sacaban agua del interior de las viviendas en el Barrio San José, en el Barrio Saravia la gente tenía el agua a la altura del colchón.

En un mundo que circula a la velocidad de Internet, los carmelitanos padecemos una administración municipal que se desplaza con la rapidez del perezoso, un bicho más lento que la tortuga y que encara velocidades máximas de 0.2 km por hora.

La autonomía de la Alcaldía como organismo descentralizado en lo político es apenas eso: una institución electiva que sigue padeciendo las mismas dependencias del gobierno municipal que cuando era una simple junta local designada a dedo.

Nos consta, porque recorrimos las calles mientras el diluvio azotaba Carmelo el pasado jueves: mientras en algunos barrios se acordaban de la madre del alcalde porque no aparecía, Brusco andaba con el agua en las rodillas ayudando a la gente en otra zona de la ciudad.

Pero no alcanzó. Fue la primera vez en muchos años en que una lluvia violenta y contundente inunda zonas de Carmelo donde nunca llegó ni la más cruel de las crecidas del Río de la Plata. El agua inundó las viviendas del San José, el barrio Norte, el Saravia y el Mihanovich, porque las cunetas están sin mantenimiento desde hace años. Y están sin mantenimiento porque Carmelo no tiene un equipo adecuado para realizar esta tarea, porque no existe la planificación y porque, además, las decisiones se toman a muchos kilómetros de la ciudad, entre un intendente que se da una vueltita por Carmelo los viernes de tarde después de su trabajo médico, y un equipo con gente de Carmelo que no empuja lo suficiente por su ciudad.

Esta es una de las cosas que dejó la lluvia del jueves, antes de la turbonada de viento que provocara un desastre sobre la zona de Lomas.

En tiempos de la revolución digital, ni siquiera los organismos oficiales tenían un teléfono disponible para escuchar a la gente, que fue subiendo a Internet las fotos mostrando lo que le pasaba y reclamando desde allí una respuesta que por vías oficiales no obtenía.

Y no la obtenía porque al alcalde le faltó equipo para manejarse en la tormenta. Sin recursos, Brusco discutió fuertemente por esas horas con varios jerarcas municipales por la falta de apoyo. Pese a eso, la gente siguió con el agua a las rodillas.

El problema no es el alcalde ni es la Intendencia. El problema es el sistema. La descentralización debe ser profundizada, el Municipio de Carmelo necesita personal y equipo, gente que responda rápidamente y vaya a ver enseguida el problema que surge a sus conciudadanos en cualquiera de los barrios de Carmelo.

Además de mayores recursos para el Municipio, la descentralización debe bajar un escalón más. Hay que formalizar los barrios de Carmelo, dotarlos de límites claros, impulsar comisiones barriales que funcionen con referentes sociales que estén dispuestos a dedicar esfuerzo para mejorar su barrio. Ellos son los mejores constructores de sus barrios y los mejores decisores de las obras que se deben hacer y del dinero que hay que gastar para mejorarlos.

El jueves 6 de diciembre los vecinos de calle 25 de mayo tomaron la decisión unánime de cortar la calle a la altura de Rivera para que los autos dejaran de hacer oleaje, lo que llevaba más agua dentro de sus casas. Si hubieran esperado que lo hiciera el Municipio, seguramente el agua les habría llegado al techo. En el Mihanovich, los vecinos de calle Defensa, a fuerza de introducir alambres y cañas largas por las bocas de tormenta, lograron destapar los desagües tapados de mugre y en pocos minutos sacaron el agua de todo el barrio.

Ese es un ejemplo del poder que hay que dejarle a la gente. Porque allí, en los barrios, lejos de los escritorios de Colonia, es donde está la sabiduría para mejorar nuestro Carmelo.