Ponencia presentada en Seminario de Serpaj en 2004.
Por Gabriel Monteagudo

El 3 de marzo de 1974 Aldo Perrini murió por los golpes y la tortura que le dieron en el batallón de Colonia. Tenía 34 años cuando se lo llevaron el 26 de febrero junto con chiquilines de 17, 18 y 19 años. Era un hombre corpulento pero todos lo conocía por Chiquito Perrini. El y su hermano hacían los mejores helados que recuerde mi infancia y su muerte hoy sigue siendo un agujero negro en la historia de la sociedad de Carmelo. En un gran libretón del cementerio local está escrito que murió por edema agudo de pulmón y así quedó en la historia oficial de la ciudad.
Allí es el único lugar de la ciudad dónde hay escrito algo sobre Chiquito Perrini.
Aunque todos en el pueblo lo conocía y saben que fue velado a cajón cerrado y con fuerte custodia militar para que no se vieran los golpes que le provocaron la muerte, nadie habla de Chiquito Perrini, nadie lo recuerda los primeros días de marzo de cada año y, a excepción de su hermano que publica un pequeño recordatorio cada cinco años, Chiquito Perrini, el único martir que tiene el pueblo para recordar los horrores de la dictadura, no aparece en el recordatorio colectivo.
En una ciudad que en 1974 tenía poco más de 10 mil habitantes y de la que se llevaron más de 300 detenidos, Chiquito Perrini es allí la viva imagen del horror de la dictadura.
Su esposa y sus hijos prefieren que no se hable de Perrini y durante estos años el silencio es -paradojicamente- el único sustento de su recuerdo. La postura e influencia familiar -gente muy bien, conocida y vinculada en la ciudad- ha provocado incluso el silencio de quienes lo conocieron y estuvieron detenidos junto con él. Pese a que la izquierda lo reclama como propio, tampoco lo recuerda oficialmente pero lo reinvindica también como de su propiedad y prefiere también no hablar públicamente del tema.
Los compañeros de Nueva Palmira, Daniel Roselli y Nancy Banchero que iniciaron EL ECO de Palmira ya tenían como prioridad en al agenda informativa el tema de los derechos humanos, así que hace 10 años cuando comenzamos con EL ECO de Carmelo, era algo natural el tratamiento de las cosas ocurridas durante la dictadura.
Ni la radio, ni el cable del mismo dueño, ni los periódicos que salieron en estos años en Carmelo y Nueva Palmira han abordado el tema. Por ende, la historia de «chiquito Perrini» fue uno de los primeros temas para nosotros, a quienes por formación nunca nos convenció difundir sólo la versión oficial de las cosas.
«Chiquito es nuestro y de nadie más» nos dijo su familia cuando hicieron 25 años de su muerte, así que para evitar el dolor familiar, decidimos postergar la historia.
El año pasado, coincidiendo con los 30 años del golpe de Estado entrevistamos al actual presidente de la mesa departamental del Frente Amplio de Colonia quién en aquella época era un militante estudiantil de 19 años, cuando fue detenido por los militares, el mismo día que se llevaron a Chiquito.
Román Chipolini contó desde la tapa de EL ECO de ese sábado que la muerte de chiquito perrini en la tortura del batallón 4 de Colonia hizo que los militares decidieran «blanquear» la situación de decenas de detenidos y esa misma noche los llevaron al Penal de Libertad «Perrini salvó a muchos carmelitanos» contó Chipolini desde EL ECO.
En febrero de este año, se acercaban los 30 años de la muerte de Chiquito, hablamos con un colaborador nuestro, el amigo y colega José Luis Pittamiglio Olmedo, que había estado detenido en aquella época y era vecino de la familia. El quería escribir algo sobre aquella historia y nosotros pensamos que también era otra forma de recordarlo.
Su artículo, muy preciso, emocional y certero provocó que uno de sus hijos que tiene ya más de 30 años, nos viniera a pedir que no publicáramos más nada sobre su padre y nos volvió a reclamar sobre la propiedad de la historia. Además dejó claro que «temía manipulaciones políticas» de la historia de su padre.
El hecho puntual es que hasta ahora, la historia de Chiquito Perrini, apenas un simpatizante de izquierda al que mató la prepotencia militar, es un tema tabú en el pueblo del que vengo.
El caso sirvió para preguntarnos en EL ECO de quíen es la historia de Chiquito Perrini. ¿Es solo de su familia? ¿Es de los sectores políticos que también reclama su propiedad? ¿Es de la sociedad que cree que el silencio es el mejor remedio para el olvido?. Finalmente ¿hasta que punto como medio de comunicación podemos llegar sin violentar esa intimidad familiar parida con el dolor de tan horrible pérdida?
Cada pregunta genera varias preguntas más pero en este sentido tenemos claro algunas cosas:
Una de ellas es que si la historia no la rescata EL ECO, la sociedad mantiene el silencioso consenso de olvidarla en los confines del recuerdo. Esto es: no hay otro medio de comunicación que pueda rescatar para la historia local el recuerdo de su mártir. Estamos convencidos que la historia de Chiquito Perrini ya no pertenece a su familia sino que es propiedad de la historia de la sociedad en que vivió.
Perrini no murió de un edema pulmonar agudo sino que murió víctima de la tortura de militares que se lo llevaron porque también hubo civiles, capaz que hasta vecinos, que lo señalaron y lo sentenciaron sólo por ser adherente, ni siquiera militante activo, de un partido político.
Creo que si como medio de comunicación permitimos que la historia sea propiedad solo de la memoria familiar y no hacemos el intento de consolidarla como parte de la memoria colectiva en una sociedad que en general ha mirado con indiferencia temas tan abominables como la tortura me pregunto si ¿acaso no estamos estimulando que la sociedad la siga aceptando?.
Contar la historia y recordarla cada año me parece el aporte mínimo que podemos hacer como medio de comunicación quienes creemos en la máxima que dice que desprolija y con errores, el periodismo es la primera versión de la historia.
El filósofo francés Michel Foucault dijo que «cada sociedad tiene su régimen de verdad, su política general de la verdad». Personalmente creo que Chiquito es víctima además del silencio cómplice de una sociedad que decretó SU verdad producto de la amnesia, es decir que si se decreta el olvido colectivo estaremos exentos de reflexionar sobre nuestras responsabilidades en esos hechos.
Aún hoy una parte de la sociedad parece no querer saber que fue realmente lo que ocurrió en los cuarteles de la dictadura porque creo que en el fondo si se enteran, van a tener que darse cuenta que ellos también, por acción o por omisión, fueron responsables de aquellas aberraciones.
Me parece a mí que aquellos vientos trajeron muchos de los lodos que afectan hoy a la sociedad moderna y me pregunto si el silencio de ayer tiene mucho que ver con los males de lo que somos hoy como sociedad.
Mientras tanto Aldo Perrini, Chiquito Perrini, aguarda que lo revivan de la más dolorosa de las muertes: la muerte por desmemoria.
Pero incluso dentro del gremio periodístico el tema de los Derechos Humanos provoca el efecto futbolístico de «patear la pelota al óbol».
En octubre de 2000 LA REPUBLICA publicó como tema de tapa una nota en la que mostramos por primera vez una lista negra que algunos civiles de Nueva Helvecia le acercaban a los militares separando a «quienes están por la patria y quienes están contra la patria» y reclamaba que el tratamiento a unos y a otros «no puede ser el mismo». A manera de moderna inquisición el escrito alertaba que quienes «traicionaron al patria y la democracia merecen ser sancionados moral y económicamente».
Ocho periodistas helvéticos -los más representativos de los medios locales- se enojaron muchísimo por esa tapa de La Republica, cuestionaron la nota y la rechazaron a tal punto que en la carta que difundieron públicamente días después no sólo rechazaron la nota sino también que rechazaron» las lecturas que puedan realizarse de estos hechos y que resulten negativas para la imagen de la ciudad».
Repudiaban lo que el ocasional lector podía llegar a pensar sobre un hecho que fue absolutamente real y la embistieron contra este colega que sacó la historia a la luz.
Los colegas llegaron incluso a la barbaridad de minimizar el hecho argumentando que la discriminación por razones políticas producidas en los comienzos de la década del 70 «involucraron a mínimas minorías, porcentajes numéricamente despreciables de la población total de la ciudad».
Eso fue lo que me contestaron los periodistas helvéticos. O sea, » tanto escándalo por una bandita de fascistas que mandaron en cana a ciudadanos inocentes».
Esos otros resultaron más de 200 pero ¿acaso uno solo no hubiera sido lo mismo?.
No tuve noticias después sobre alguna autocrítica ni periodística ni social de los sectores «máximos» de la población de Nueva Helvecia.
En el departamento de Colonia hay 5 radios AM, 15 FM, 11 operadores de cable y 7 de mmds. Si bien no hay censura que impida la difusión de noticias que tengan que ver con los derechos humanos o la dictadura, también es cierto que los medios, especialmente la televisión ha convertido en espectáculo sus emisiones y ya no son medios de comunicación sino medios de entretenimiento.
Hoy los informativos de aire le dan más espacio a la nueva relación del príncipe Carlos que a la postura sobre la política de impuestos que aplicará cualquiera de los partidos que aspira a ganar el gobierno.
En ese marco, son contados con los dedos de una mano los medios que se ocupan particularmente de los temas de Derechos Humanos durante la dictadura.
Colgados del perverso sistema político que les regala el medio y luego la propaganda oficial con la que financiarlos, los medios electrónicos no cubren la pobreza, la miseria, la desocupación, la falta de expectativas de los jóvenes, la emigración. Pero se apuran a anunciar cuando desde el gobierno anuncian una mejora de estos índices o como hace ese diario capitalino que todos los días publica sobre las maravillosas inversiones en Nueva Palmira en el mismo tono que el discurso presidencial y no es capaz de levantar el teléfono para preguntarle a algún palmirense de a pie si es esa ciudad es tan maravillosa allí como dice por cadena nacional el presidente.
Soy hijo directo de la educación de la dictadura y con los años, tuve que reaprender muchos conceptos que me inculcaron en mi pasaje por la educación formal. Con el tiempo aprendí que disciplina no era lo mismo que libertad, que Eduación Moral y Cívica no era lo mismo que derechos humanos, que el patriotismo nada tenía que ver el con el largo del pelo sobre el cuello de la camisa o con el largo de la falda, que el orgullo de ser uruguayo no venía del Año de la Orientalidad y que la democracia no era solo algo que les pasó a los griegos allá lejos y hace tiempo, pero de lo que se iban a curar pronto.
Ese largo proceso de reaprendizaje que encaramos muchos de los que fuimos formados educativamente durante la dictadura y no tuvimos contacto directo con ella, hizo que me preocupara de estos temas en mi trabajo periodístico y porque además, por naturaleza, prefiero saber qué pasó. Siempre prefiero saber qué pasa y hacerme parte de la responsabilidad que me toca.
Será porque nunca me gustó ir por la vida como un boludo alegre.
Pero es verdad que veo con preocupación que una parte de la sociedad, apuntalada por medios de comunicación que alientan esa postura, no quiere hablar sobre los temas viejos de derechos humanos y tampoco los temas nuevos de derechos humanos (derecho al trabajo digno y bien remunerado, derecho a la vivienda, a la vida, a la educación) «eso no es fashion, no es alegre» me dijo una peluquera del pueblo con la que conversaba. Claro, los pobres nunca lo son, pero hoy son más de la mitad de los uruguayos y da vergüenza ajena ver muchas veces como algunos medios encaran «porque no tienen mas remedio» estos temas.
Esta semana una radio de las tres AM más importantes del departamento dedicó toda la mañana criticar la designación de tres superministros en el partido político
que recoge la mayoría de las encuestas sin llamar a un solo dirigente para escuchar su opinión, en la otra se habló media tarde sobre la suba del boleto en Montevideo y desde la otra cuestionaban la violencia que existía en los jóvenes y la modalidad del «arrebato» por dos señoras a las que le habían quitado al cartera en la calle «¿qué queres que haga si me piden que sólo cubra cosas livianas» me dijo un colega el otro día.
Pero no sólo los medios de comunicación prefieren olvidar el tema.
Esta semana consulté a dirigentes políticos jóvenes, que también fueron educados en dictadura y que ahora aspiran a ser la renovación de sus partidos. ¿Crees que los temas de Derechos Humanos quedaron laudados con la Ley de Caducidad?, le pregunté al edil departamental, Andrés Brugman, de 36 años y que se presenta como la renovación del Foro Batllista en Colonia a lo que fue el liderazgo de Ariel Lausarot.
Me contestó «Creo que no es el tema que a los uruguayos hoy les importe, es decir, creo que sí les importa el tema de Derechos Humanos, que no haya torturas hoy, que no haya violaciones a los Derechos Humanos hoy, pero las cosas que pasaron hace 30 años a los uruguayos no les importa. Es un tema que quedó laudado. Creo que el tema ya pasó y hoy estamos dedicados a otra cosa» me dijo.
Esta semana, la Comisión de Derechos humanos de la Junta Departamental retomó el tema de los 8 cuerpos que aparecieron en las costas colonienses durante la dictadura. Fue el martes pero hasta ayer no supe de ningún medio que difundiera que la comisión decidió viajar a Buenos Aires para entrevistarse con el Instituto Técnico Forense y las abuelas de Plaza de Mayo porque entre otras cosas, no están conformes con el trabajo de la Comisión para la Paz, que no profundizó sobre estos cuerpos y sólo se limitó a reproducir el trabajo que hizo la Junta Departamental de Colonia.
Para terminar solo repetir que siempre, absolutamente siempre es mejor saber qué fue lo que pasó y aunque una parte de la sociedad se niegue a saber, el periodista debe seguir insistiendo y mantener estos temas en la agenda cotidiana. La verdad redime afirma siempre Elisa Carrió y yo creo que al menos la verdad alivia y encarrila a las sociedades que barren sus culpas bajo la alfombra.
Como periodista voy a tener conciencia que el tema de los derechos humanos realmente terminó, no cuando no obtenga más respuestas, sino cuando ya no tenga más preguntas para hacer.
* Gabriel Monteagudo es periodista, trabaja para el diario El Eco en el departamento de Colonia y es corresponsal del diario La República.
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