
Si sos de Carmelo y no viajaste en Cacciola, no tuviste una vida.
Todavía no iba a la escuela, cuando con mi madre volvía una tarde-noche en Cacciola, en aquellas interisleñas que durante tanto tiempo formaron el paisaje del Arroyo de las Vacas. Estábamos en medio de una fuerte tormenta y un oleaje que nos hacía sujetarnos fuertemente al asiento, aquellos asientos impreterritamente inamovibles, de los que intentábamos no salir lanzados como consecuencia del meneo de lado a lado, de babor a estribor o viceversa, al que nos obligaba el Río de la Plata.
Cacciola era Carmelo y los carmelitanos, sin ningún tipo de dudas.
Recuerdo las cientos de veces que crucé el charco, y siempre me sorprendía la especie de familia que se formaba a través del tiempo entre los tripulantes y los pasajeros, los que viajaban asiduamente por razones de trabajo, los que viajaban porque iban a bagayear periódicamente, porque iban y venían a ver la otra parte de la familia que se había ido un día a Buenos Aires a probar fortuna. Cacciola era sus lanchas inseguras, pero más era su gente, su personal de a bordo, los que estaban en tierra, Cacciola era los funcionarios aduaneros y los Mozos de Cordel, el olor a combustible argentino y los empleados de Migración, los cambistas de dólares y argentinos a la salida del puerto, y los micros que llevaban a una parte del pasaje a Montevideo, era el free shop mínimo y sus azafatas cordiales. Cacciola era la unión de las costas del Plata, era una familia no declarada que consolidó durante años, los lazos que históricamente se formaron entre ambas orillas. Aquellos lazos que nacieron cuando era más fácil cruzar a Buenos Aires a atenderse en el hospital público de San Fernando o Tigre, que viajar a Montevideo, cuando aún no estaba la Ruta 1.
Hay sensaciones y secretos que solamente compartimos los carmelitanos, y aquellos que viven al otro lado del río. Y Cacciola unía esos secretos de la costa, con su cruce día a dia.
Hasta que un día la suerte le jugó en contra y una falla en el motor, en octubre de 1997 provocó la muerte de dos carmelitanos, tres que desaparecieron y otras cuatro que resultaron heridas. El fuego en aquella CAcciola que salió de Carmelo a las 4,20 de la madrugada, obligó a los 86 pasajeros y los tripulantes a arrojarse a las correntosas aguas.
La embarcación, que pertenecía a la empresa Cacciola, partió a las 4.20 del puerto de Carmelo con 86 pasajeros, 3 tripulantes y 5 oficiales de la Prefectura Naval Argentina (PNA).
Me tocó cubrir para EL ECO aquella noticia, hablar con los sobrevivientes y hacer guardia, esperando encontrar a los que se tragó el río y el desembarco de los féretros días después.
Y también viví esa sensación de cosa familiar que le daba Cacciola a los carmelitanos, como aquella excursión de gurises de escuela que llevé como padre al Parque de la Costa, excursión que Cacciola fletó para que la clase de uno de mis hijos pudieran disfrutar de un día de juegos y donde hasta dispusieron una lancha para que todos pudiéramos volver sanos y salvos antes del anochecer.
Si de Cacciola solo viste las olas de la lancha que llegaban a la playa, nunca vas a entender lo que fue CAcciola para los carmelitanos.
Cacciola era una empresa privada, sometida a las reglas del mercado y por lo tanto su quiebra era una posibilidad, igual a la que tiene cualquier empresa del mundo capitalista.
Decir que los gobiernos de turno tuvieron que ver con su cierre es, como mínimo, de ignorantes.
El gobierno uruguayo llamó varias veces a licitación para otra frecuencia, y nunca se presentó nadie lo suficientemente serio para empardar o superar el servicio de Cacciola y por eso, Cacciola siguió, enfrentada a su propia ineficiencia y a los vaivenes de la economía en ambas orillas.
Desde tiempo atrás, su quiebra parecía irreversible y en las últimas semanas, su cierre inevitable. Últimamente Cacciola llevaba a bordo más nostalgia que pasajeros, y se sabe que la nostalgia no monetiza en los negocios.
Con el hecho consumado, también podemos pensar que esta crisis anunciada es una puerta hacia otras oportunidades.
Para tener un futuro de turismo en Carmelo, hace falta una buena conectividad, un servicio que traiga mucho más de cien pasajeros por día, y que esos pasajeros, al menos en su mayoría, no sigan de largo a Montevideo sino que se queden a disfrutar de las ofertas turísticas de la ciudad.
Incluso esta situación nos brinda la posibilidad de pensar en un nuevo puerto, uno más grande, mejor ubicado, a lo mejor sobre el Río de la Plata, que permita la llegada de barcos más grandes, que permitan satisfacer mejor la demanda que ofrece un mercado de millones de personas como el que tenemos enfrente a pocos minutos de cruce.
Incluso en su deceso comercial, Cacciola le ofrece a los carmelitanos la posibilidad de pensar la conectividad fluvial de otra manera, de un resurgir del cruce del río a mayor escala, con cabeza abierta y maximalista, para que esta conección potencie el futuro turístico inevitable que tiene nuestra ciudad.
Los carmelitanos debemos escuchar con mayor atención al río, mirar hacia enfrente donde están nuestros vecinos, una parte de nuestra historia y de nuestra vida cotidiana.
Y con quienes todavía tenemos muchos secretos para compartir.